Es tarde. El fin de semana ya se ha agotado. El reloj susurra amenazante que mañana muy pronto sonará la alarma.
Y aunque el cuerpo está cansado, el corazón inquieto se alía con la mente y juntos, juegan en una dimensión en la que el reloj no existe, o por lo menos, no tiene ni voz ni voto.
Y ahora qué, me pregunto. Me pregunto a mi misma, esperando una respuesta que sé, debo darme yo misma.
La respuesta no se hace esperar: ¡A seguir! ¡arriba de nuevo!, ¡a empezar con fuerza, no importa cuanta, pero a levantarse!
La vida es curiosa, llena de dualidades.
Además, nos regala siempre una posibilidad que desemboca en capacidad, con la que libremente se puede cambiar el rumbo de las cosas.
Indice
¿No te ha pasado que a veces estás como en un callejón sin salida?.
A mí muchas veces. Cansada física y psíquicamente. Con el corazón dolido por lo que sea.
Porque es cierto, cuando amas y amas mucho, es fácil que el corazón de vez en cuando sufra resacas y alguna que otra paliza. Pero es tan gozoso amar, que no importa.
En algún momento aprendí que “la vida es una ley de compensaciones”. No sé cuando la aprendí, pero sí recuerdo cuando la apliqué en mi vida.
Era adolescente y me encantaba un chico. El vivía lejos, y decidí que me compensaba dejar a mi corazón volar, a pesar de la distancia.
Desde entonces, creo que en todas las decisiones importantes de mi vida, me he planteado la pregunta: ¿me compensa?.
Y junto a esa compensación, que puede parecer interesada de fondo, el ingrediente valioso de la libertad: ¿quiero?.
Cuando conjugo estos dos verbos: compensar + querer, el resultado diría que es bastante bueno.
Recuerdo hace ya muchos años, que iba feliz, con el cochito recién estrenado, con mi primera hija, a ver cómo su papi echaba una pachanguita de fútbol.
Eran todos jóvenes y coincidia con una mami joven como yo, que estrenaba tambien cochito, bebé y por lo tanto, las dos éramos mamás primerizas.
Ella me contaba viernes tras viernes, lo agotada que estaba.
La falta evidente de tiempo, y se lamentaba de estar atada de pies y manos.
Vivía agobiada.
Yo jugaba con la ventaja de haber cuidado a mis hermanos pequeños, aunque es cierto que si bien, el cambio de pañales era idéntico, la responsabilidad no se acercaba ni por asomo.
Me llamaba la atención la pena que sentía esta chica y me daba muchísima lástima.
Amaba a su bebé pero no veía más allá de lo cansada que estaba y de todo lo que dejaba de hacer por él. Era razonable. Era así.
Entonces recuerdo que me planteé la pregunta de que porqué a mí no me pasaba, porqué no vivia con agobio y quejosamente.
Porqué me sentía feliz, llena, orgullosa de mi bebé y porqué no me pesaba el no tener tiempo para mí ni tampoco el dormir menos.
Qué es lo que me pasaba, que aún durmiendo poco, no parando un minuto y viendo que ducharme con calma se convertía en una lotería, aún así, me sentía muy bien.
La respuesta fue la siguiente: habia elegido, porque me compensaba, que una personita de a penas 55 cm decidiera el “cuando, cómo y donde” en mi vida.
Le había abierto la puerta en mi vida a esa niña preciosa, de grandes y expresivos ojos.
Y la había aceptado en mi vida libremente, porque me compensaba y la quería con todo mi ser.
Me compensaba perder horas de sueño, mucho tiempo, a veces horas, detrás de que comiera, y estar modo “on” todo el rato,porque tenía energia para poner en marcha una central eléctrica.
Aprendí que aceptar desde la libertad traía como consecuencia mucha tranquilidad, mucha pachorra. Y me gustó.
Asi que esa fórmula, se fue extendiendo a diferentes situaciones de mi vida.
Si se presentaba la posibilidad de un nuevo trabajo, me preguntaba: ¿me compensa? ¿lo quiero? y si era sí, lo aceptaba, con todas sus consecuencias: horarios, sueldo, tareas, etc.
Por lo que ya no cabía el lamento por tener que trabajar tal día o empezar a tal hora. A la hora de organizar el plan del finde: ¿me compensa? ¿lo quiero? si, pues acepto.
Y lo mismo, quedaban descartadas las quejas de que si aquí o allá, con estos amigos o solos.
Porque sabia lo que había, y lo habia aceptado.
En cuanto al reparto de tareas de casa: ¿me compensa? ¿lo quiero?, ya no cabia las protestas porque tocaba una hora de plancha. Y así en todo.
Porque sino ¡es tan fácil perdernos en las quejas!. Esas quejas que no resuelven nada, sino que son cubos y cubos de palabras vacias, que piden a gritos ser tiradas al vertedero, porque acaban apestando el ambiente allá donde van.
Además las quejas tienen el poder de hacernos creer que somos víctimas, y cuando adoptamos este papel, apaga y vámonos,porque la situación es tristemente lamentable.
La queja consigue cambiar el color de la vida. Es como esa mancha que arruina el mejor vestido.
¡Qué pesadilla estar codo a codo con quien se siente víctima!: de la sociedad, del turno de trabajo, del sol que hace,de la lluvia, del tráfico que hay, de los gritos de los peques, de las salidas de los adolescentes…la lista es infinita.
Asi que hay que estar muy alerta de no caer en el victimismo, porque convivir con uno mismo desempeñando este papel es muy dramático y desemboca fácilmente en la soledad.
La persona que se siente víctima siempre encuentra justificaciones y motivos para que lo negativo destaque.
Además es un genio en creer que siempre, por sistema, le toca lo peor de lo peor.
Vive sumida en la pena, una pena por sí misma, que le lleva a tener que compadecerse continuamente y en prácticamente todo. Y es bastante insorportable, además de injusto.
Así que para evitar quedarnos solos, evitando adoptar el papel de víctima, es práctico, antes de tomar cualquier decisión preguntarse: ¿me compensa? ¿lo quiero? y si es sí, aceptarlo, con todas sus consecuencias. Y si la respuesta es no, darle puerta y tan frescos. Y asumir las consecuencias.
Porque lo que está claro es que cada uno decidimos “cómo” estamos.
Las circunstancias externas muchas veces vienen dadas, pero el “cómo las vivimos”, lo decidimos cada uno.
En toda situación hay siempre un algo positivo. Y ese algo toca a cada uno descubrirlo.
Es corriente que sin quererlo conscientemente, nos focalicemos en lo negativo. Y pasemos por alto lo mucho de positivo que hay.
Déjame compartir una experiencia vivida y transformada.
Final de evaluación. Trae nuestro hijo el boletín de notas: 3 notables, 3 sobresalientes, 1 bien y lengua suspendida.
¿En qué nos fijamos? ¿En qué nota nos focalizamos?
Miramos el boletín y nos falta tiempo para preguntar: ¿qué ha pasado en lengua?
Y será lengua la asignatura que seguiremos día a día, que pondremos refuerzo y que tendremos tutoría.
No está mal ayudar a que lengua pase a ser superada.
Pero ¡cuidado! porque cuando a nuestro hijo le pregunten qué se le da bien, contestará convencido que “lengua seguro que no”.
De todo ese hermoso panorama de sobresalientes y notables, nos hemos quedado con el suspendido.
¿Quieres estar bien? Adopta estas pequeñas rutinas y verás que bien te sientes.
Sin grandes cambios, conseguirás grandes resultados.
Porque la vida está para disfrutarla. No dejemos que unas nubes nos impidan disfrutar del sol.
- Antes de tomar una decisión, planteáte: ¿me compensa? ¿quiero?
- Si la respuesta es sí, acepta la situación con todas sus consecuencias
- Haz para que lo positivo brille por encima de lo negativo.
- Si la respuesta es no, dale con elegancia, portazo, y claro está, asume las consecuencias.
- Bloquea el paso a la queja. Sé tajante.
- Rodéate de personas positivas
- Aléjate de las personas que se sienten víctimas.
- Si descubres que tú eres una de ellas, no pasa nada, planteáte dejar de serlo
- Y pon acción, pasito a pasito.
- Si lo ves necesario, pide ayuda.
- Y recuerda: no siempre tenemos control sobre lo que vivimos, pero sí depende de cada una/o cómo lo vivimos.
Vale la pena.
Siempre es posible levantarse, sonreir y seguir participando y disfrutando de esta apasionante aventura que es vivir. ¿No te parece?
Articulo escrito por Eva Fernández
Coach de crecimiento personal y familiar
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Apendi que la energía que empeñamos en quejarnos podemos utilizqarla en realizar cosas que nos gustan o cosas que puedan beneficiarnpos. El cambio es increible. Salu2, excelente blog
Hola, he leido el articulo con peculiar atencion y debo decir que me ha llegado. Gracias por comunicar tanto conocimiento con la comunidad
Muchas veces el callejon sin salida es la mejor oportunidad porque no hay opcion alguna. Solamente salir por algun lado
¡Qué bonito escrito! Y es que es verdad, quejarse no sirve de nada sino acrecentar el problema. Gracias por todo.